¿Se ha convertido Christine Lagarde en un peligroso halcón?

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Christine Lagarde, presidenta del BCE. EP.

¡Vaya, vaya! Ahora resulta que los considerados como intelectuales progresistas o de izquierdas creen que la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, se ha convertido en un peligroso ´halcón´. ¡Quién lo iba a decir! Hasta hace poco, todos ellos veían en esta señora una esperanza para detener la agresividad de los miembros del BCE pata negra, como el representante del Bundesbank alemán, o los de los bancos centrales de los países nórdicos, que sienten una aversión genética contra la inflación y están dispuestos a tomar las medidas oportunas, por muy dolorosas que sean, para contenerla y dominarla. No olvidemos que la inflación media en Europa está por encima del 10% y que el objetivo del BCE es que se sitúe en torno al 2%.

Este es su objetivo constitutivo y esencial, y no otro. El banco se creó con este fin exclusivo, y no está en su radar propositivo colaborar en el crecimiento económico -ya bastante hace con contener los precios, algo indispensable para promover la actividad- ni tampoco obsesionarse con el empleo -España lleva sistemáticamente con la tasa de paro más alta de Europa y no veo a Sánchez sentir clase alguna de angustia, sino tomar las medidas más eficaces para aumentarla-.

El caso es que, aunque en su última reunión, el BCE decidió aflojar la mano y subir los tipos de interés un 0,5%, después de dos aumentos consecutivos del 0,75%, su discurso posterior a la reunión, en el que se marca la estrategia de futuro fue insólitamente duro. De modo que las ´palomas´, siempre pensando en el bienestar general, y sobre todo en el de las clases más desfavorecidas, están temblando. «Esta señora ha cambiado, ya no parece lo que nos parecía, el vicepresidente español de Guindos le ha echado los tejos con éxito», y cosas así van por ahí van diciendo.

Lo cierto es que la máxima responsable del BCE se puso las pilas hace unos días y anticipó que los tipos de interés aumentarán significativamente y a un ritmo sostenido en los próximos meses para seguramente situarse en junio de 2023 en torno al 3,5%, un punto por encima de su nivel actual. También insistió en su voluntad de mantener una política monetaria muy dura y añadió que las alzas del precio del dinero en los próximos meses no serán aisladas sino que habrá muchas. La verdad es que todas estas palabras y declaración de intenciones me reconfortan al mismo nivel que turban el ánimo de los progresistas planetarios. Son la demostración de que, después de una política monetaria irresponsable durante casi una década, que ha inundado de liquidez el mercado cuando no existían los pretextos que se utilizaron después para sostenerla sin enmienda como la pandemia y luego la guerra de Ucrania, se ha optado por recuperar la sensatez.

Todo esto viene a cuento porque, contra lo que digan los aprendices de brujo, ya sabemos, desde que lo explicó fehacientemente el premio Nobel de Economía Milton Friedman, que la inflación es un fenómeno estrictamente monetario: depende de la cantidad de dinero en circulación. De esto ha tardado en darse cuenta hasta el BCE, pensando que el repentino crecimiento de los precios sería transitorio, que era el producto de un choque de oferta, como consecuencia de la ruptura de la cadena de suministros por la crisis del Covid, y del encarecimiento súbito de la energía por la guerra. Afortunadamente se ha caído del guindo, ha desechado la idea evanescente de que hay una inflación de oferta y ha reconocido que sólo hay inflación, sin adjetivo contaminante alguno, y que la única manera de combatirla que ha demostrado a lo largo de la historia la evidencia empírica es subir los tipos de interés cuanto más mejor para reprimir la demanda y restaurar la sostenibilidad de la vida económica.

Naturalmente, las ´palomas´ creen que este cambio de criterio perjudicará la renqueante recuperación económica y están firmemente en contra de «esta alocada carrera de agravación de las tasas de interés», que en su opinión tanto contribuyó al desastre financiero, económico, social y de empleo de la Gran Recesión. En efecto, aquellos momentos fueron estrictamente severos, pero lo que la realidad demuestra es que el mundo fue mejor desde entonces durante algún tiempo…Hasta que volvieron a cometerse los mismos errores. Casi me da grima insistir en que la inflación es el impuesto de los pobres, el que castiga principalmente a la gente con menos recursos, a la más vulnerable. A esa que se queja a diario por la cesta de la compra. Por eso me parece que no puede haber mejor política social que doblegarla lo más rápidamente posible, a pesar de los efectos negativos que pueda provocar a corto plazo. No hay cura sin dolor, como dijo en su momento el insigne presidente de la Fed Paul Volcker, y ha repetido estos días su actual responsable Jerome Powell.

Los inversores, los mercados, están en general muy satisfechos con el giro dado por Lagarde en el BCE. Están deseosos de que la situación económica empiece a recorrer una senda de estabilización, que es la única capaz de hacer posible que el capital encuentre su acomodo, fortalezca los proyectos de negocio y así permita obtener los rendimientos oportunos creando empleo y bienestar general. Del otro lado, tenemos a los gafes de costumbre, a la izquierda, a la progresía planetaria complaciente con el derroche de gasto público, con la suciedad presupuestaria, abonada al festival de subvenciones y de ayudas por doquier que han creado, sobre todo en el caso de España, un país cada vez más lleno de parásitos consumiendo recursos de los activos -por mor de una política fiscal confiscatoria- pero inhabilitados, a causa de la política criminal del Gobierno de Sánchez, para contribuir al bienestar común.

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